Once at an evening Mass as a poor college student, the collection basket was fast approaching, and I only had a ten-dollar bill. I was planning on using that to buy my favorite Chipotle burrito that night for dinner. Should I keep the money? Who would know if I did? If I gave it away, what would I eat? Would I be okay? I kissed my future burrito goodbye, dropped the money in the basket, and winced. But strangely, the rest of the Mass I felt more engaged than usual. I had skin in the game. I left the Mass excited to see how God would take care of me. And he did, in amazing ways.
When the poor widow places two copper coins in the temple treasury, Jesus doesn’t pity her. He praises her. He blesses her. He brags about her. He celebrates her as the temple’s largest benefactor. Her giving is an act of radical, concrete trust in God. It is as if she is entering a new level of giving that excites Jesus, because she contributes not out of her abundance, but she gives “everything she had.”
What a challenge this is to each one of us! How easy it is to ignore this! But imagine the eruption of the energy of faith, hope, and love that would be unlocked if our financial sacrifices to the Church actually tapped into daily bread and not only our disposable income. I challenge us to try this in some way this coming week and see what happens in our hearts. Even if it costs us a burrito.
A Dios no podemos presumirle ni engañarle con falsas promesas ni mucho menos echarle fachas de lo que tenemos y somos. Él nos conoce y sabe perfectamente cuales son nuestras intenciones. Ve el fondo de nuestro corazón y sabe que tan compasivos y generosos somos. Mira, y sabe que muchas veces los pobres son mucho más generosos que los ricos. Pero, ojo, esto no quiere decir que el tener sea malo, no, esto trata de la generosidad del corazón. Puede ser que me aferre a los pocos o muchos bienes materiales y no comparta nada de lo que tengo con los necesitados.
Las viudas del Evangelio de hoy nos dan muestra de catequesis de generosidad y confianza en Dios. La primera viuda acoge al profeta y lo alimenta del poco pan que tenía para ella y su hijo. Y Dios la recompensa con lo necesario para seguir viviendo: “La harina del tiesto no se acabará y el aceite del cántaro no se terminará” (1 de Reyes 17:14). Lo importante aquí es que ella no se negó a dar de lo poco que tenía, su confianza en Dios por medio de las palabras del profeta fue su esperanza para seguir viviendo. La otra viuda, la que Jesús hace resaltar su modesta ofrenda depositada en la alcancía del templo, comparándola con la jactancia de las personas ricas. Este relato deja claro que no podemos engañar a Dios con apariencias, que él ve directamente el corazón de cada uno de nosotros. Premiando nuestra generosidad con los demás, dando abundancia en nuestra vida.
BACK TO LIST